Columbretes

¡Tierra a la vista! En aguas de la provincia de Castellón, a 30 millas de Oropesa, surgen un grupo de islotes y escollos volcánicos conocidos por los nombres de sus cuatro islas principales: Grossa, Ferrera, Foradada y Carallot. Son el secreto mejor guardado del Mediterráneo y un tesoro por descubrir, ya que no solo en superficie, sobre todo bajo el agua, las islas Columbretes atesoran una riqueza natural tan sobresaliente que las ha hecho merecedoras de ser reserva natural desde 1988. Una tranquila ensenada rodea los islotes que en media luna la contornean y a la vez recuerdan su origen volcánico, pues ellos definen el perímetro de un viejo cráter activo hace un millón de años. Hoy es el abrigo donde anclar el barco.

Al poner el pie en el puerto de Tofiño se pisa la única isla del archipiélago en la que se puede desembarcar, ya que la geografía abrupta de verticales acantilados del resto de islas lo hace imposible. Para empezar hay que ascender los 67 metros de desnivel que ostenta la isla Grossa por el único sendero que posee hasta llegar a su faro. Desde allí, junto a alguna sargantana o lagartija exclusiva de las Columbretes, es fácil deleitarse con las serenas panorámicas de las islas y escollos que surgen como chimeneas y pequeños cráteres a su alrededor. Con suerte, en el agua se puede atisbar la figura de un rorcual, ya que el archipiélago está en ruta de migración de esta gran ballena. O descubrir los jugueteos en familia de un grupo de delfines mulares o el viaje solitario de una tortuga boba. Surcando el cielo se admira a las ruidosas gaviotas, cormoranes moñudos y quizás alguna de las especies más amenazadas de la naturaleza europea, como la gaviota corsa y el halcón de Eleanor, ya que anidan en las islas.

 Antes de abandonar el faro conviene recorrer su pequeño museo que recoge no solo la prueba de sus habitantes más únicos, ya que muchas especies solo viven en las islas, sino también de sus sucesivos moradores. Las islas son hoy solitarias, pues solo investigadores y técnicos de la reserva residen temporalmente en la isla Grossa, pero se sabe que estuvieron pobladas desde la época griega. El último farero abandonó la isla en 1975 cuando la luminaria se automatizó. Piratas y contrabandistas también encontraron en su abrigo aislado un descanso a sus tropelías marítimas. Y las cabras y cerdos traídos por los hombres se alimentaron de su vegetación que acabó paulatinamente desapareciendo, también por la tala para la obtención de leña. La escasa vegetación quedó maltrecha, pero contemplar las magníficas matas de lentiscos, palmitos y zarzaparrillas que cubren hoy la superficie de isla Ferrera son la prueba de una recuperación vegetal tal de las islas como la que poseyeran naturalmente.

La belleza de las Columbretes no se descubre al completo hasta que no se hace una inmersión en alguna zona de las 4.400 hectáreas de su reserva marina. A través de sus intactos fondos, considerados entre los mejores del Mediterráneo, se disfruta la riqueza de vida que poseen y que la ha convertido en un destino submarinista de los más apreciados a nivel mundial. Nadando en la inmensidad de sus aguas transparentes será fácil encontrarse con sargos, doradas y cobras.

De los paisajes sumergidos lo más llamativo del paseo submarino son las formaciones rocosas, entre las que se esconden tímidamente las langostas o crece el coral rojo mientras las algas se balancean a merced del oleaje.

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